[…] Los reyes Shu y Wu pensaron en agradecer las bondades del rey Hun Tun. Se dijeron: “Todos los hombres tienen siete orificios que les sirven para ver, oír, comer y para respirar. Solo este pobre no los tiene. Vamos a hacérselos”. Cada día le abrían un orificio. Al día séptimo Hun Tun era cadáver.
Chuang Tzu. Libro primero, capítulo 7
Hacía ya días que venía dándole vueltas a este tema y a la mejor forma de abordarlo. Pero fue ayer mismo cuando apareció ante mis ojos el nudo gordiano, la clave, el núcleo de lo que quería explicar, pero que no conseguía desentrañar de un modo claro. Fue en un documental en Televisión Española, en “la 2” para más señas, donde se mostraba a alumnos profesionales de la naturopatía, alemanes en su mayoría, asistiendo a clases de Medicina Tradicional China en China. Se mostraban los hospitales, las técnicas y la aplicación de la Medicina Tradicional China al mismo tiempo que se valoraban los casos y las posibilidades de aplicar la medicina occidental.
Lo más importante para mí fue cuando le preguntaron a uno de los médicos-profesores cuál era su opinión sobre la medicina china y la medicina occidental. El hombre, con su gorrito blanco sobre la cabeza, puso la cara seria y dijo rotundamente –mirando fijamente a la cámara- las siguientes palabras: “La medicina tradicional china puede tratar perfectamente todas las dolencias de la persona a lo largo de su vida, siendo muy pocas y excepcionales las veces en que es necesaria la medicina occidental”. Y ése el quid de la cuestión, aplicado a la homeopatía o a cualquier otra terapéutica no oficial.
El escepticismo médico se basa generalmente en las premisas que enunciamos en la entrada anterior (Homeopatía y escepticismo (I): escepticismo científico) pero además añade algunas particularidades que me gustaría revisar.
La medicina convencional, oficial o alopática parte de la base de que es “la mejor medicina del mundo”, amparada en sus avances en distintas especialidades, en el tratamiento de las urgencias y, sobre todo, en los avances en el campo de la cirugía y los trasplantes, por no hablar de la moda de la genética. Su orgullo llega hasta tal punto que se permiten calificar a cualquier otra terapéutica de “medicina complementaria” en el mejor de los casos, o de “medicina alternativa” cuando no quieren hablar más, o de “otras medicinas” cuando pretenden degradarlas o despreciarlas.
Parten de la base de su capacidad de especialización, que hace que un médico sepa perfectamente cómo funciona un ojo, pero desconozca -al mismo tiempo y con la misma profundidad- cómo funciona el corazón, o el hígado. Es decir, basan su orgullo y su “hombría” en la capacidad de segmentar, dividir, trocear, cortar y pegar, adherir, sustituir, rellenar cualquier parte del cuerpo humano, perdiendo en ese orgullo la capacidad primigenia de la medicina de ver el cuerpo humano como un todo que sufre, cuando está enfermo, y que disfruta de la armonía y el equilibrio en estado de salud.
Junto con esta soberbia de conocimientos, añaden la que les dan los medicamentos que utilizan y que no son más que supresores de cuanto le acontece al cuerpo. No curan, suprimen; no sanan, crean dependencias; no devuelven la salud, terminan por quitarla. Son medicamentos sintéticos, prefabricados, experimentados en animales sin piedad y luego en personas, sin más límites éticos que los que marca la ley –que siempre son límites mínimos para poder considerar al paciente persona y no un simple objeto de experimentación. Estos medicamentos conllevan gran cantidad de efectos secundarios, efectos que ninguno de los médicos reconoce ante el paciente, cuando acude a su consulta con problemas iatrogénicos generados por los propios medicamentos. Estos medicamentos que se aplican, no desde criterios de totalidad y de respeto al paciente, sino con criterios mecanicistas y basados en protocolos y únicamente en protocolos. Esos protocolos que van cambiando cada poco tiempo porque se verifica su total ineficacia y su incapacidad para hacer algo que no sea dar a ganar a las farmacéuticas o provocar otros males en los pacientes.
Se vanaglorian de esos medicamentos que no son más que generadores de otra enfermedad, pero que los médicos recetan como si fueran el único modo de mantener la vida. Y probablemente así sea, pero no la del paciente –inane pagador junto con los Gobiernos- sino la de los accionistas de los laboratorios internacionales que envanecen con dádivas, prebendas, premios y gloria a quienes más prescriben sus productos y que disimulan los estudios o acallan las voces de quienes se permiten discrepar de su efectividad.
Se vanaglorian de que esos medicamentos alargan la vida de los pacientes, sin decir si la calidad de vida que reciben a cambio, merece la pena o si mantener medicalizado hasta el extremo a un paciente es una forma de hacer una labor humanitaria y humana.
Sí, se envanecen, se vanaglorian, se enorgullecen de no ser como las otras medicinas, las otras terapias, “las otras” y deciden que lo suyo es lo mejor y que ellos son los artífices de la salud universal. Y mienten y mienten y mienten. Y para que la mentira no les explote en la cara, necesitan promover una medicina “basada en la evidencia”, de la que también se enorgullecen y se les llena la boca. Esta medicina basada en la evidencia no es más que la prueba de que todo lo que hacen y dicen los laboratorios y los médicos pagados por ellos no son más que mentiras y que tiene que haber alguien que vuelva a revisar dichos criterios, trabajos, informes o protocolos para verificar que quizás sirven para algo más que para alimentar a todas las rémoras del sistema sanitario.
Una medicina basada en la evidencia que evidencia que la mayor parte de los medicamentos de las farmacéuticas tienen menor o igual valor que los placebos, y que si se deja al organismo reaccionar, libre de cargas químicas, es tanto o más capaz de reencontrar la homeostasis que con medicaciones peligrosas y caras.
“Primum non nocere” es el grito del humanista, médico o no, pero la medicina oficial ignora esta frase y hace oídos sordos. Se empeña en el diagnóstico y empeña sus mejores recursos en el mismo: análisis, escáneres, biopsias, etc… sin saber que a lo máximo que ha llegado ha sido a traducir de un idioma a otro: del idioma del paciente (natural, espontáneo, dolorido y angustiado) al idioma del médico (aséptico, latiniparlo, barroco e inexpresivo). Y en el intercambio ha perdido al paciente, ha perdido al hombre, mujer o niño que tiene delante.
Y para terminar con este retrato, hay que reseñar que también se envanecen de ver la gran cantidad de alumnos que cada año se inscriben en las Facultades de Medicina, siendo las notas de corte para entrar de las más altas exigidas. Y se les llena la boca diciendo lo bueno que son sus alumnos y las grandes expectativas que tienen puestas en ellos. Pero lo que no dicen es que esas notas de corte son tan falsas como la torre de marfil en la que viven. Se exigen notas de corte altas porque la demanda es abundante, pero que, si no hubiera tal número de alumnos, la nota de corte sería infinitamente más baja. Y no dicen que la demanda es abundante porque nuestros jóvenes aspiran, al igual que estas generaciones anteriores, a disfrutar de tanta prebenda, gratificación y consideración. No dicen que sus alumnos terminan sus estudios deseando empezar a curar a una sociedad maltrecha y desesperanzada, harta de crisis y de maltratos. No lo dicen porque aquellos que terminan sus estudios están deseando encontrar un puesto donde alcanzar su más alto nivel de ganancias posible, aunque sea recurriendo a cirugías innecesarias, a pruebas diagnósticas absurdas o a recetarios abundantes y numerosos. Y se sienten orgullosos sin reconocer que no han hecho, durante esos años de enseñanza, más que pervertir cualquier buena intención o motivación que pudiera haber en sus pupilos.
Y desde esta perspectiva se permiten decir que la Homeopatía es placebo y que no cura. Y dicen que es mentira que se pueda tratar la enfermedad solo por los síntomas o los signos. Y aborrecen de sus ancestros médicos clamando que no sabían de la misa a la mitad.
La Homeopatía cura y –al igual que decía al principio el médico chino- tiene capacidad para curar todas las dolencias de la persona durante toda su vida, sin necesidad de recurrir a otras medicinas más agresivas e inhumanas. Pero quedarnos ahí, sería pecar de lo mismo de lo que pecan los médicos oficiales.
Hay que decir que la Homeopatía tiene sus reglas, al igual que las tiene la Medicina Tradicional China o cualquier otra medicina tradicional. Y es según estas reglas que la Homeopatía tiene éxito, reactiva el cuerpo, cura la carne como cura el alma. No es posible hacer pasar un camello por el ojo de una aguja o, lo que es lo mismo, analizar una terapia totalizadora y personalizada como la homeopatía por las restricciones de mentes que no quieren creer lo que sus ojos ven. No quieren ver a todos los pacientes que la Homeopatía cura, no quieren saber de sus logros, ni de sus medicamentos, ni de sus investigaciones, ni de nada que no sean su doble o triple ciego y sus criterios analíticos y deshumanizados.
Se atreven a decir que es placebo, sin mirar siquiera los cambios que se efectúan en la persona que es tratada con Homeopatía. No quieren ni siquiera salir y mirar. Dicen que es placebo y que además, el hecho de dedicarle una o dos horas al paciente, afecta a su capacidad de creerse que lo que le dan –bolitas “de anís”- les va a curar. Pues bien, demuestren que son capaces de hacer lo mismo. Párense, siéntense, escuchen durante una hora o dos a sus pacientes y luego denles bolitas de anís y a esperar a ver si se curan. Me gustaría ver su experiencia.
La Homeopatía no necesita tener revisiones críticas “basadas en la evidencia”, porque toda la Homeopatía, desde las Materias Médicas hasta los Repertorios ya se basan únicamente en la evidencia, pero en la evidencia más sólida que es la de curar a seres humanos, a personas, a pacientes y no a objetos deshumanizados y sustituibles por otros mecanismos.
Ciertamente la Homeopatía no puede con todas las enfermedades, ni con todas las situaciones patológicas, pero es entonces cuando merecería la pena acudir a la medicina alopática o a la cirugía y no al revés.
Para nosotros no hay medicinas complementarias ni alternativas. Hay MEDICINA, con letras mayúsculas, que es la puesta en servicio de nuestras mejores capacidades para ayudar a otros seres humanos, sin distinción de razas, ni de posición, ni de sexo, ni de circunstancias.
Mientras los médicos oficiales, convencionales, alopáticos no descubran esta MEDICINA de la que hablo, esta MEDICINA HUMANA, no podrán abrir la boca sin pronunciar otras palabras que placebo, escepticismo, alternativo o todo lo más, complementario.
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